¿Quién no se ha perdido paseando por un laberinto ajardinado? Pero no
siempre ha sido así, con el tiempo los laberintos han cambiado, no tanto
en sus formas como en su significado, desde los que decoran las
catedrales góticas de Francia, que simbolizan los diferentes pasos que el
cristiano debe hacer para la su salvación, hasta los que decoran los
jardines del Renacimiento, más relacionados con los juegos amorosos
que con la divinidad. Aunque hay referencias de laberintos desde Egipto
hasta la antigua Mesopotamia, donde tomó forma es en la mitología
griega, y sobre todo en la cultura Minoica de Creta 2800/1200 a.C. y los
romanos que tanto deben a la cultura griega, lo extendieron por todo el
mundo cristiano. Lo encontramos tanto en los patios de las villas
romanas como en los pavimentos de las catedrales góticas, en general
poblados de criaturas espantosas y de monstruos como el Minotauro,
con cuerpo de hombre y cabeza de toro. En el mundo cristiano ese ser
derivó hacia el diablo.
El mito griego del laberinto ha sido explicado de diversas maneras, pero
esencialmente y resumiendo es el siguiente: Parsifae, esposa del rey
Minos de Creta, y como resultado de una aventura zoofílica, dio a luz un
ser con cuerpo de hombre y cabeza de toro. El rey Minos no se atrevió a
matarlo, pensando que podría ser hijo de algún dios, y pidió a Dédalo
que construyera un laberinto, por lo que Asterión (más tarde conocido
como Minotauro, el toro de Minos), no pudiera salir nunca. Cada nueve
años y como ofrenda llevaban varios jóvenes al laberinto para contentar
al Monstruo. Entre estos jóvenes había Teseo que estaba enamorado de
Ariadna (suele traducirse como “la muy venerada"), una de las hijas del
rey Minos. Teseo estaba dispuesto a matar al Monstruo, lo que
consiguió, pero la verdadera dificultad radicaba en salir del laberinto.
Ariadna logra de Dédalo que le diga cómo salir y Dédalo le entrega un
ovillo de hilo para que se lo dé a Teseo, para que fuera deshaciéndolo
cuando entrara en el laberinto, pudiéndolo así guiar en su regreso (aún
hoy en día cuando una persona tiene que salir de un asunto complicado
se le dice que necesita un hilo de Ariadna).
En el siglo XI los laberintos entraron en las iglesias. El más conocido lo
tenemos en la planta de la catedral de Chartres en Francia, en el centro,
había una placa de bronce representando la lucha de Teseo con el
Minotauro, fue destruida en el siglo XVIII durante la revolución francesa,
probablemente para hacer cañones. Algunos autores avalan que los
laberintos de las catedrales servían durante la Edad Media, como ritual
sustitutivo para la peregrinación tanto en Jerusalén como en Santiago
de Compostela, tanto para los delicados de salud como para los
penitentes. No fue hasta el Renacimiento que se fusionaron los
laberintos con los jardines. Si durante la Edad Media el legado
mitológico sobrevivió disfrazado de alegorías cristianas, durante el
Renacimiento se volvió a recuperar su legado clásico Grecorromano,
dándole un cariz más lúdico y más apto para los juegos amorosos que
tanto se practicaban en esa época. El último laberinto que nos queda
aquí, de la España del siglo XVIII es en el distrito de Horta en
Barcelona, lo hizo construir el Marqués Juan Antonio Desvalls
matemático y físico, en el centro del laberinto hay una estatua de Eros,
y en el lateral un pequeño templo, dedicado a Ariadna.
LOS LABERINTOS Y EL HILO DE ARIADNA